Ayer fui a Puerto Príncipe para
solicitar el permiso de residencia a la Dirección General de Inmigración.
Suponía la culminación de un proceso plagado de requisitos, algunos de cuyos
aspectos, sanitarios y bancarios ya he comentado con anterioridad.
Madrugamos mucho, y, esperando
que el Señor nos ayudara, como reza el dicho, nos presentamos en el edificio
oficial casi antes de que abrieran.
La primera sorpresa nos la dio el
policía de la entrada que, muy serio, se dirigió a mis dos compañeras y le dijo
que así no podían entrar en un edificio oficial. “Así” era, la una con una camiseta de tirantes y la otra con un
vestido también de tirantes, con un cierto escote, eso hay que reconocerlo.
La verdad es que, por un momento,
nos miramos y pensamos al unísono que nos habíamos metido en algún agujero
espacio-temporal y estábamos, o bien en Teherán, o bien en Zaragoza en los años
40… Pero nunca pensábamos que esto podría ocurrirnos en una capital caribeña…
El asunto es que ellas, para
salir del paso, solo disponían de un chal; uno solo. De manera que primero tuvo
que entrar una de ellas conmigo, para conocer el camino, y luego salir y “prestarle el chal” a la otra, mientras
yo esperaba en el interior…
Una vez en la oficina
correspondiente, el funcionario que nos recibió nos explicó, muy serio también,
al igual que ellos nos reciben de uniforme, esperan que el público acuda “dignamente vestido”… La verdad es que
yo ya empezaba a no tener claro si íbamos a solicitar un permiso de residencia
o a ver a la Virgen del Pilar…
Y en cuanto al uniforme del
servicio de Inmigración… Una especie de guayabera blanca con galones y botones
dorados que no sabía si me recordaba más a las fotos de mi abuelo de camarero o
a la tripulación de “Vacaciones en el mar”…
El caso es que no puedo quejarme
del trato recibido (al menos yo, que no tuve que ponerme ni siquiera que
ponerme un turbante…). La verdad es que fueron en todo momento muy amables con
nosotros. A su ritmo, eso sí, pero amables. La verdad es que, al contrario de
otras oficinas de Inmigración que he conocido, se respiraba amabilidad por
todas partes. A veces incluso, demasiado “cariño”…
En la primera oficina, en la que
rellenamos los formularios, todo el mundo, cuando entraba, se saludaba y se
besaba castamente. Tal vez porque aquí las funcionarias eran ya todas “de una cierta edad”… Pero en la que
fuimos a pagar… Eso parecía Babilonia… En ella trabajaba un grupo mixto de
funcionarios y funcionarias entre los veinte y los treinta años, que no tenían
ningún reparo en mostrar al público asistente lo “amigos” que eran todos entre sí y lo “bien que se llevaban”… Manitas, jueguecitos, arrumacos, ¡uy! que
estrecha es esta puerta para los dos… Al menos, hay que reconocer que, tanto
ellos como ellas, iban “dignamente vestidos”.
Bueno, el asunto es que
culminamos los trámites de la solicitud; pero, como nada es tan fácil en Haití,
tendremos que volver ¡dentro de un mes! a recogerlo.