sábado, 27 de noviembre de 2010

Reunión en el Ministerio de Agricultura

He pasado los dos últimos días en un taller de planificación conjunta entre la Dirección Departamental de Agricultura y algunas ONGs que trabajamos en la zona.

Dejaré aparte los contenidos de los debates y las deliberaciones. Algunos de ellos por ser demasiado farragosos para los ajenos al tema y otros porque quizá podría decirse que “pertenecen al secreto del sumario”…

Solo quisiera relatar algunas curiosidades o quizá, más bien, observaciones sociológicas.

En primer lugar, la sala de reuniones, adornada como para el cumpleaños de un niño de primaria, toda llena de cintitas por el techo. Junto a ella, un patio que conservaba, con mucho esmero, seis coches achatarrados, que, sin embargo, no resultaban del todo inútiles, pues uno servía para secar la ropa y el resto para guardar basura. Sin embargo, intacto, impoluto y nuevecito sin estrenar aparecía también un tractor de fabricación iraní.

Salir de la sala al patio debía hacerse con mucho cuidado para no pisar a alguno de los siete pollitos recién nacidos que, junto a su madre, buscaban su comida por el suelo. El padre de las criaturas, supongo, el gallo, también estaba allí, pero atado junto a una ventana. Justo la ventana que estaba al lado de mi silla. Y puedo asegurar que resulta difícil seguir los argumentos político-estratégicos que, en francés, claro, intenta transmitirte un funcionario de alto nivel cuando un gallo canta cada dos minutos, puntualmente, a medio metro de tu oreja…

Claro que, ese mismo funcionario de lato nivel, a diferencia de ti, no tiene ningún rubor en echarse una cabezadita cuando los debates no resultan demasiado apasionantes.

En todas las reuniones, en cualquier lugar del mundo, resulta fundamental la pausa para el café. Pero aquí más. Tanto que, pese a que la reunión empezó más de media hora tarde, no hubo ningún problema en “recuperar” esa media hora adelantando el coffee-break… Aunque, realmente, el primer día no hubo nada de café. Eso sí, para compensar existía la posibilidad de meterse entre pecho y espalda un hermoso cuenco de un guiso de carne y verduras, para acompañar las madalenas, a las diez y media de la mañana…

La comida sin embargo, tardaba en llegar; tanto que el moderador del taller decidió suspender la sesión a las dos de la tarde mientras se esperaba que llegara. No fuera a ser que nos diera una bajada de azúcar en sangre… Durante ese periodo de espera, se dio tiempo también a que otros funcionarios del ministerio se fueran “incorporando a la reunión”… a tiempo para dar cuenta del almuerzo, que, eso sí, por fin llegó. Tras finalizar la comida, misteriosamente, descendió en picado la asistencia a las sesiones de debate sobre la planificación operativa para el próximo trienio…

Bueno, sé que todavía me queda mucho de aprender de este país y sus “tradiciones ancestrales”. Estamos en ello.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Profesor de francés


Siempre dicen que la política hace “extraños compañeros de cama”, pero el trabajo en cooperación internacional al desarrollo también ofrece escenas curiosas, sin duda.

En el hotel donde estoy viviendo se alojan también dos coreanos. Son policías que forman parte de la MINUSTAH, la misión de Naciones Unidas para la estabilización de Haití. Uno de ellos creo que ha visto muchas películas, porque a menudo acude a desayunar en chanclas, con camiseta y bermudas, pero con la pistola al cinto. El otro es un poco más “normalito”.

Este último se me ha acercado esta mañana muy sonriente a pedirme un favor. Llevaba en la mano una Nintendo DS, uno de esos aparatos con el que juegan nuestros niños y adolescentes españoles. Pero él no quería mostrarme ninguna novedad en juegos de consola, ni que le ayudara “a pasar una pantalla”. El hombre utilizaba la maquinita para aprender francés… me ha preguntado, en inglés si yo conocía el idioma, pues tenía algunas dudas de pronunciación. Me he asomado a la pantalla y he visto un inmenso laberinto de caracteres orientales, entre los que, casi perdidas, aparecían algunas letras reconocibles. Y ahí nos hemos pasado una rato, intentando discernir las diferencias entre la pronunciación de la “k” y la “g” o la “f” y la “v”. Cuando hemos llegado a los matices entre las diferentes “a” del francés, le he tenido que explicar que es que yo soy español y tengo muy metido en la cabeza lo que me enseñaron en parvulitos, que las vocales son cinco: a, e, i o, u, y ninguna más…

El hombre me ha dado las gracias y se ha ido muy sonriente, pero yo no he podido evitar acordarme de otra cosa que me decían uno de mis maestros de pequeño: “Si un ciego guía a otro ciego…, ambos caerán al abismo”.

martes, 23 de noviembre de 2010

Sin internet


Hoy he estado casi todo el día sin conexión a internet.

El nerviosismo que me ha invadido me ha hecho plantearme algunas cosas y, sobre todo, recordar otros tiempos.

Internet no existía, (al menos fuera de universidades o laboratorios militares…), la primera vez que salí a trabajar en cooperación internacional al otro lado del Atlántico. Y no estoy hablando de la Edad de Piedra, sino del año 1990.

Entonces lo normal era escribir cartas. Largas cartas, de varios folios, en las que contábamos a parientes y amigos lo que nos había acontecido en el último mes. Esas cartas, que se metían dentro de un sobre al que había que añadir vistosos sellos, tardaban normalmente quince días en llegar a su destino; a no ser que consiguieras el privilegio de que te las “colaran” en la misteriosa “valija diplomática” de la embajada, gracias a lo cual tardaban “sólo” cuatro o cinco días…

En la casa dónde vivía, teníamos teléfono, pero, dado el coste de las llamadas internacionales, nos permitíamos sólo una llamada al mes, corta, para tranquilizar a nuestras familias y convencerles de que sí, que estábamos bien, muy lejos, pero bien.

Como algo súper avanzado en esos momentos, considerábamos al fax. Gracias a él, casi milagrosamente, una carta introducida en un artefacto chirriante aparecía, al instante, en la otra esquina del mundo. Para hacer eso, teníamos que ir a la oficina central de correos y esperar cola pacientemente. En aquel entonces en España solían tener un fax solamente algunas empresas, de modo que el receptor solía ser algún cuñado que debía luego hacer llegar esa “carta mágica” a los padres, que acogían ese documento con las manos temblorosas de emoción.

Hoy en día, hasta mis septuagenarios padres se conectan al Skype y escriben mails. En todo momento podemos volcar nuestros pensamientos más profundos o la primera tontería que se nos ocurra en nuestro blog o en el Facebook para compartirla con docenas de personas. Si ocurre cualquier contrariedad, sean terremotos, huracanes, episodios de guerrilla urbana o simples dolores de muelas, podemos contárselo casi al instante a nuestros familiares y amigos.

Pero, ¿qué ocurre si un día nos quedamos sin internet? ¿Nos ponemos de inmediato a buscar folios, sobres y sellos? No. Llamamos a todos los conocidos cercanos para preguntarles si a ellos también les pasa corremos a su casa con el portátil para “estar conectados”.

¿Está la Humanidad más conectada gracias a Internet? ¿O sabíamos más los unos de los otros cuando escribíamos cartas? ¿Dónde ha quedado la emoción de mirar todos los días el buzón a ver si llegó carta se ese ser tan querido?


domingo, 21 de noviembre de 2010

Un mes



Hoy hace un mes que llegué Haití. Supongo que debería ser capaz de hacer un pequeño balance de este periodo.

La verdad es que desde que estoy aquí el país ha aparecido bastante en los medios de comunicación de todo el mundo.

El mismo día que yo aterrizaba en Puerto Príncipe, saltaba la noticia de la aparición de casos de cólera en Haití. Al principio parecían circunscritos a una zona concreta, pero rápidamente la epidemia se ha extendido y actualmente todos los departamentos del país han registrado casos y, por desgracia, el número de fallecidos no deja de aumentar.

El origen de la enfermedad, desconocida en Haití desde hacía más de cien años, no está demasiado claro. Pero, desde los primeros días, un contingente de “cascos azules” nepalíes ha sido señalado como responsable. Sea o no cierto, el caso es que, en las últimas semanas, la MINUSTAH, la misión de Naciones Unidas destinada a “estabilizar” el país ha sido convertida en un factor de “desestabilización” y se ha visto involucrada en incidentes violentos que han ocasionado algunos muertos y heridos.

Por si fuera poco, a primeros de noviembre el huracán Tomas pasó sobre Haití. Sus fuertes vientos y lluvias torrenciales originaron graves pérdidas en la ya precaria agricultura haitiana y también, por desgracia, se llevó la vida de algunos ciudadanos.

Finalmente, todo este mes ha sido campaña electoral en Haití. El 28 de noviembre deben elegirse presidente de la república, diputados y senadores. Tras el terremoto del 12 de enero, todavía permanecen sin retirar la mayor parte de los escombros de los miles de edificios destruidos, vehículos convertidos en chatarra oxidada siguen en calles en carreteras, más de un millón de personas continúa viviendo en tiendas de campaña y otros refugios “provisionales”. Pero los dieciocho candidatos a la presidencia han conseguido millones de dólares para sus campañas electorales y las ciudades aparecen empapeladas de carteles con sus fotografías. No he conseguido captar ningún mensaje ni ninguna propuesta, más allá de “vótame a mí en lugar de a ese otro”. Como dato “curioso”, solo dos de esos candidatos, no tienen antecedentes penales o causas pendientes con la justicia.

¿Y qué hago yo en medio de todo esto? Buena pregunta. Me alegro de que me haga usted esa pregunta… Bueno, en primer lugar vivir. Afortunadamente no me he visto afectado personalmente por nada de todo lo anterior. Bueno, sí. Esta mañana, sobre las seis de la mañana me ha despertado un festejo electoral cercano, con la música a todo volumen…

Vine aquí a trabajar con una ONG de cooperación al desarrollo; pero los que me conocen ya saben que suelo aclarar que esto poco tiene que ver ni con ser misionero, ni con ser “Indiana Jones”… Se trata, simplemente, de apoyar a otras organizaciones, en este caso haitianas, conocedoras de la realidad y necesidades de la población de su país a conseguir fondos para que puedan llevar a cabo acciones concretas que palien la situación de pobreza y vulnerabilidad en la que viven miles de familias. En nuestro caso concreto, se trata de familias campesinas, aún más olvidadas si cabe por su gobierno y la mayoría de los organismos internacionales.

Pero la mayor parte del trabajo en sí es un trabajo de oficina: diseño de proyectos, reuniones con técnicos locales, revisión de informes y justificantes económicos,… Yo todavía no he tenido ocasión de salir al campo, en parte porque el huracán arruinó un poco más las ya arruinadas carreteras de este país. De modo que, hasta ahora llevo una vida tranquila y un poquito rutinaria. Vivo en un hotel, muy sencillo pero que me ofrece todo lo que necesito: habitación limpia, baño completo, desayunos y cenas, lavado de ropa e incluso acceso a internet. La mayor parte de los días voy del hotel a la oficina, caminando unos diez minutos, y de la oficina al hotel.

He conocido a la mayor parte de la colonia hispana en Jacmel, que no son mucho más de una docena, y a una parte del resto de los europeos. Con ellos he salido alguna vez a tomar una cerveza o a hacer alguna pequeña excursión a las playas cercanas. Sus personalidades son muy variadas, desde adictas al trabajo, hasta verdaderas “bon vivants”…

Las nuevas tecnologías (bueno, realmente ya no tan nuevas…), me permiten estar en contacto continuado con mi familia y con algunos amigos, y compartir algunas de las pequeñas cosas que me van ocurriendo.

¿He aprendido algo en este último mes? Quizá varias cosas, pero difíciles de explicar. A pesar de la imagen catastrófica que llega a España de este país, veo todos los días niños y niñas limpios y sonrientes camino de su escuela. Incluso viviendo al lado de los escombros de lo que fue su casa, mucha gente encuentra momentos para escuchar música alegre y cantar. ¿Se trata de irresponsabilidad o de confianza en un futuro mejor? ¿El futuro por fuerza ha de ser mejor porque el presente ya no puede ser peor?

Ha pasado un mes, pero todavía tengo muchas preguntas sin respuesta sobre Haití.


martes, 16 de noviembre de 2010

“Livres en liberté”


Ayer domingo por la tarde estuve en lo más parecido a una Feria del Libro que hay en Jacmel.
El evento se denominaba “Livres en liberté” y solo duraba un día. Se celebraba en el “Hotel Florita”, un edificio histórico y toda una institución en la ciudad, que ha sobrevivido dignamente al terremoto del 12 de enero, aunque con algunas cicatrices visibles.
Más que de una Feria del Libro se trataba de algo así como de una “caravana de escritores”, pues reunía a un gran número de autores haitianos, de todas las edades y estilos, que presentaban sus novedades, firmaban libros y, por supuesto, trataban de convencerte para que compraras sus obras.
Lo más sorprendente para mí fue la extraordinaria afluencia de público. Varios cientos de personas se agolpaban en un espacio relativamente pequeño, pero dedicado íntegramente a los distintos campos de la cultura haitiana. Se presentaban novelas y relatos, pero también libros históricos y técnicos.
Y resultaba esperanzador ver que la mayor parte de los asistentes eran jóvenes, chicos y chicas. Algunos quizá venían bajo “recomendación” de sus profesores, pero otros, sin duda, lo hacían por un sincero interés en aprovechar las escasas ocasiones en que un acontecimiento de este tipo tiene lugar aquí. Quizá por tal motivo era llamativo ver cómo muchos, sobre todo ellas, acudían muy elegantemente vestidos (en mi pueblo diríamos que “como para ir de boda”), como a una fiesta. Y la verdad es que una fiesta parecía. El ambiente era lúdico y cordial, nada formal, pero a la vez respetuoso. Se notaba que mucha gente había venido de fuera de Jacmel y aprovechaba para encontrarse con amigos y conocidos.
Entre los asistentes me llamó la atención un grupo que llevaba camisetas con la leyenda “Asociación de jóvenes haitianos optimistas”. No es fácil ser optimista en Haití. Parece que la realidad diaria se confabula contra esa actitud. Pero creo que entre las 18 candidaturas que se presentan a las próximas elecciones, no hubiera estado mal que también hubiera tenido su presencia ésta otra, la de los optimistas.

sábado, 13 de noviembre de 2010

La peluquería

Esta mañana he ido a la peluquería.

El clima caluroso y húmedo de Jacmel, así como el polvo que se levanta por sus calles no estaba favoreciendo mucho a mis largos cabellos…

Pregunté a otros españoles si conocían un peluquero “de confianza”. Me indicaron uno, pero fui y estaba cerrado. De modo que tomé la decisión de “experimentar” con el que encontrara abierto. Hallé finalmente uno que, además tenía bastante parroquia, así que pensé que no sería malo.

Tuve que esperar un ratito, pero así me dio tiempo de observar un poco el local y a la clientela. Además de peluquería, allí se vendía agua y refrescos, calculadoras y Superglue… Esto del Superglue es algo que me llama la atención. Es omnipresente; lo ofrecen por todas partes, tanto las tiendas como los vendedores ambulantes. En un país en el que está todo roto, no deja de tener cierta lógica…, pero, ¿será verdad eso de que el Superglue puedo arreglarlo todo? ¿Esa es la verdadera base del Plan de Reconstrucción Nacional?

Me tocó el turno. Ya me cuesta hacer entender a los peluqueros en España qué es lo que quiero, como para conseguirlo con un “coiffeur” haitiano… El problema viene, además de que la base de la peluquería de caballeros en Haití está en la maquinilla. Lo normal es elegir entre un corte “al cero” o “al uno”… Y, realmente, a la mayoría de los hombres aquí les queda muy bien, pero yo no estoy seguro de que como quedaría un servidor de esa guisa… De modo que lo primero que tuvo que hacer el peluquero fue buscar en un baulito un accesorio para su maquinilla para que el corte inicial de “descarga” fuera menos drástico. Luego, poco a poco, fuimos definiendo cuánto quería que me fuera recortando por cada lado. Mientras tanto, tuve tiempo de reconocer expresiones de curiosidad en el resto de la clientela… y de ver pasar una vaca por la puerta, paseando por la calle principal de Jacmel…

Cuando, finalmente, di por buena la tarea, el peluquero exhaló un suspiro, de entre cansancio y satisfacción. Le había costado algo más de lo habitual terminar la faena, pero el resultado no fue nada malo.


viernes, 12 de noviembre de 2010

Los protegidos


El cólera, también conocido como “la enfermedad de las manos sucias”, se extiende poco a poco, inexorablemente por Haití. Se trata de una de las pocas “maldiciones” que había perdonado a este sufrido país en los últimos años. Pero, dadas las condiciones higiénicas en las que deben vivir la mayor parte de sus habitantes, lo extraño es que no haya aparecido antes.

El terremoto del 12 de enero, además de ocasionar cientos de miles de muertes, dejó sin hogar a más de un millón de personas, que, desde entonces, viven en campos de refugiados que, en muchas ocasiones, no disponen de los adecuados servicios de agua y saneamiento. Pero la situación ya llevaba muchos años deteriorándose. Hoy leía que en los años 80, durante la dictadura de los Duvalier, una persona podía ser detenida si tiraba un papel al suelo en las calles de Puerto Príncipe. Esta semana, la prensa publicaba que varios cerdos vagabundeaban en los alrededores del Palacio Nacional de ese mismo Puerto Príncipe. Como dicen en mi tierra. “ni tanto ni tan calvo”.

Pero, más allá de las causas inmediatas de la epidemia, o de las causas estructurales, la mayor preocupación ahora mismo es el tratamiento de los enfermos y la concienciación a la población para evitar que la enfermedad se extienda aún más, de manera explosiva. La verdad es que es difícil. Las campañas iniciales de “Lávese las manos” se encontraron con que muchas personas solo pueden lavarse en aguas no muy limpias… Luego se continúo con “Lávese con agua y jabón”, pero claro, el jabón cuesta dinero y muchas familias lo tienen muy justito… Así, países solidarios y ONGs comenzaron a repartir jabón… Pero el jabón se acaba, se gasta… Y nadie parece decidirse a tratar de atajar el problema desde su base: acceso al agua potable, redes de saneamiento, recogida y tratamiento de basuras…

Es curioso, pero, por lo poco que sé, ninguno de estos temas aparece en los programas de los candidatos a las próximas elecciones del 28 de noviembre. Supongo que ellos deben considerar que no es TAN importante… Tal vez se sienten “protegidos” de todo mal…

Ese sentimiento de “protección” me contaban ayer que proviene del vudú, la religión oficial de la mayoría de los haitianos. Si cumples determinados ritos, estarás “protegido”, no importa lo que hagas. Así, de alguna manera, muchos sienten que “a mí no me contagiará el cólera”, aunque coma y beba cualquier cosa o tenga un montón de basura a la puerta de mi casa. Me decían que lo mismo ocurría cuando se hacían campañas contra el SIDA, “para qué tomar precauciones si yo ya estoy protegido”. Algunos incluso parece que consideran que “nacen protegidos”, si su madre, tras la concepción, cumple un determinado ritual.

Desde luego, viendo como conducen algunos, me creo que se consideren “protegidos”… En Jacmel debe de haber unas 5.000 motocicletas, y creo que he visto, hasta ahora sólo dos cascos…

Desde España, puede parecer un comportamiento irracional; pero no hace tantos años que soldados españoles portaban un “detente bala” bendecido en el pecho que les protegería de todo mal… Y, en la actualidad, se nos pretende convencer de que contratemos todo tipo de seguros para estar “protegidos”…


jueves, 11 de noviembre de 2010

En el banco


Ayer estuve en el banco. Uno pensaría que dado que Haití es, como tantas veces se recuerda, el país más pobre de América, no habrá mucha gente con una cuenta bancaria.

Pues sigo sin saber el porcentaje de haitianos que tienen dinero en el banco, pero, desde luego, a juzgar por la cantidad de personas que formaban una ordenada y apretada fila al sol a la puerta del banco, no deben ser pocos.

Me sigue pareciendo mentira que una oficina tan pequeña pudiera atender a tanta gente. Además con tan poco personal, porque, como me explicaron, muchos de los antiguos empleados “se han fugado”..., pero no con el dinero, sino a trabajar de administradores o de contables a las ONGs internacionales, que pagan mejor.

Me llamaron la atención algunas cosas. Como, por ejemplo, que tenía que dar mis datos personales para hace un trámite, y me pidieron el nombre completo de mi madre, pero no les interesaba para nada el de mi padre. Ya me había explicado alguien que aquí en Haití tienen muy claro que hijos de nuestra madre somos, pero lo del padre…

Por otro lado, me pidieron dos referencias de personas que pudieran responder de mí, lo que, con el poco tiempo que llevo en el país, tuve que pensar un poco. Finalmente, me pidieron el nombre de mi esposa, y su fecha de nacimiento… ¿Pensarán felicitarla para su cumpleaños?

Pasé bastante tiempo en el banco. Mucho más de lo que pensaba. Pero, pese al paso de las horas, no dejó de sorprenderme la tranquilidad que reinaba, tanto entre los clientes, como entre los empleados. Quizá debamos los europeos aprender algunas cosas de los haitianos relativas a la paciencia y al control del stress. Se me dirá que quizá ellos tendrían que aprender algo sobre eficiencia y productividad. Pero, a ese respecto, debo señalar que, cuando llegó la hora del cierre, se hizo pasar a todos los que todavía esperaban fuera. Nadie se quedaría sin atender ese día. Lo que me parece una muestra de un respeto también quizá un poco olvidado en Europa.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

La prima

Ayer hablaba de la simpatía de los niños con los que me encuentro. Hoy tengo que hablar de otro tipo de “simpáticos”.

La escena de hoy ya me había ocurrido antes, con ligeras variaciones. Salí a hacer unos recados al centro de Jacmel. A la vuelta se puso a llover con violencia tropical y me refugié en un porche para esperar a que escampar. Al poco rato, entro un tipo a protegerse de la lluvia también en el mismo porche. Sonriente, bien vestido. Enseguida comenzamos a hablar. Me preguntó de dónde era y en qué trabajaba. Me contó que había estudiado Derecho, pero que la vida es dura en Haití y que no encontraba empleo. Al instante, lo obvio; “no

podría usted encontrarme un trabajo”. Tuve que explicar lo que no siempre resulta fácil de hacer comprender. En mi trabajo aquí jamás me encargo de contratar a nadie. Son nuestros socios o “contrapartes” locales los responsables de hacer eso, de acuerdo con los objetivos del proyecto de que se trate.

Hasta ahí, “lo normal”. Lo que ya no me pareció tan normal, aunque debe de serlo, por la tranquilidad con que lo dijo, es que, tras un momento de reflexión, me preguntara: “¿Y no quiere usted tener una amante en Haití? Porque tengo yo una prima…”

El turismo sexual no es nuevo en Haití. Películas como “Vers le Sud” reflejan como en los años 80, durante la dictadura de los Duvalier, se convirtió en uno de los “negocios” nacionales.

Indudablemente la vida es dura en Haití. Queda mucho por hacer, mucho por reconstruir. Muchas organizaciones, muchas personas, estamos aquí para colaborar, aunque sólo sea un poco, a que el pueblo haitiano sea de nuevo dueño de su destino, como decidió serlo en 1804. Entonces decidieron liberarse de la esclavitud de una potencia colonial. Ahora, posiblemente, deban liberarse también de otras esclavitudes, de otros sometimientos.


martes, 9 de noviembre de 2010

El Conguito blanco


Que levante la mano quien no haya vivido esta escena: nos encontramos a un niño negro pequeñito por nuestra ciudad y nuestra mano no puede resistir la tentación de acariciar su pelo crespo, de pasar nuestros dedos por sus rizos, a la vez que decimos “Mira que majo, si parece un Conguito”.

Pues hoy yo me he sentido como un Conguito. No sé si hay Conguitos blancos. Seguro que mi viejo amigo Miguel Ángel podría decírmelo… Según Internet parece que sí. Pero, en cualquier caso, yo, esta tarde me he sentido un Conguito blanco. Había salido a hacer unos recados cuando, por tres veces, me he cruzado con niños pequeños, de la mano de sus madres, que, al cruzarse conmigo, se ha reído y me han acariciado, han tomado mi mano, la han hecho chocar, mirando hacia arriba y diciéndole a sus madres algo que no pude entender, pero que debía de ser el equivalente a “Mira, que majo, un blanco”

¿El mundo al revés? Con los años me voy dando cuenta de que el mundo no tiene ni derecho ni revés, pero sí muchas caras. Cuando vivía en Gran Bretaña, llegué a la conclusión de que esa isla era como mundo de Alicia, “el otro lado del espejo”: los coches van por la izquierda, desayunan lo que nosotros comeríamos, las tiendas cierran cuando abrirían en España… Estoy empezando a pensar que Haití puede ser otra cara del mundo: el negativo de la película. Aquí el negro soy yo, pero en negativo; por eso, lo que algunos me gritan por la calle es “¡Eh, tú, blanco!”

Aquí lo negro manda, lo negro gobierna, lo negro se impone. Pero es que Haití no es cualquier cosa. Cuando todas las colonias americanas de España todavía se estaban planteando si levantarse o no contra el Rey, un ejército de ex esclavos negros ya había vencido a las tropas de Napoleón, comandadas nada menos que por su cuñado el general Leclerc. La mismísima Paulina Bonaparte, la hermana del Emperador, que acompañaba a su marido para tomar posesión de “la perla del Caribe”, terminó refugiada en la isla Tortuga antes de poder volver a Francia con una mano delante y otra detrás.

Dicen que para eso este país hizo un pacto con el Diablo, pero, ¿quién no lo habría hecho para conseguir salir de la esclavitud? ¿Qué es el diablo sino algo así como “el negativo” de Dios? ¿No es necesario el negativo para que crear el positivo?

Quizá, como narra Alejo Carpentier, en Haití no quisieron tanto dedicarse a soñar con el Reino de los Cielos, como a luchar por conseguir “el Reino de este mundo”.

No es extraño que aquí pueda haber Conguitos blancos

domingo, 7 de noviembre de 2010

Primer contacto con la televisión haitiana.


En la habitación del hotel donde resido actualmente en Jacmel hay un televisor, pero, hasta ahora no había funcionado. Se ve que aprovechando el paso del huracán Tomas, han decidido repararlo.

Hoy ha sido pues mi primera ocasión de tomar contacto con la televisión haitiana. He encontrado tres canales.

Uno es el canal internacional francés TV5, que está emitiendo una especie de “Galas del Sábado” (y nunca mejor dicho lo de “galas”…)

Los otros dos son canales locales de Jacmel. En el 5 hay una especie de película rodada con video casero en creole sobre una pareja de emigrantes en Estados Unidos, con una música de fondo triste y deprimente.

El canal 4, sin embargo, emite constantemente videos musicales de aires caribeños, pero acompañados de las imágenes de unas jóvenes locales que nuestras abuelas no dudarían en calificar de “sicalípticas”, cuyos movimientos y actitudes cabría denominar de cualquier forma menos de “honestos y recatados…” Y no estoy viendo la tele de madrugada, sino a las nueve y media de la noche.

Lo más curioso de todo es que, en ambos canales locales, no cesan de salir mensajes al pie de la pantalla ofreciendo puestos de trabajo en proyectos de cooperación.

Pero claro, ponerse a tomar nota de las ofertas de empleo entre las lágrimas del canal 5 o los contoneos del 4 no sé si resulta lo más fácil.

En España no veía mucho la tele, pero tampoco creo que la vaya a ver mucho en Haití.


sábado, 6 de noviembre de 2010

Mañanita de sábado


Dicen que tras la tempestad, viene la calma. Y eso parecía, en efecto, que sucedía hoy en Jacmel. El día aparecía soleado, con pocas nubes y una suave brisa.

Me levanté temprano y salí a la calle recién duchado siguiendo un espejismo: me habían dicho que una panadería, al otro extremo de la ciudad, hacía, a veces croissants. Y yo hoy tenía capricho de croissants.

Caminar hoy por Jacmel era un solo un poco más difícil de lo habitual. Algo más de agua en los charcos, más barro, por supuesto, algo de tierra en la calle principal arrastrada desde las calles secundarias… Y eso, sí, la basura un poco más repartida…

Pero el ambiente, tras tanta lluvia, parecía como limpio y recién estrenado, con las hojas de los árboles de un verde brillante.

Tras cruzar toda la ciudad no logré encontrar esa soñada panadería. Cuando volvía, un tanto frustrado, uno de los blancos todoterrenos de Naciones Unidas me salpicó entero al pasar sobre un charco a mi lado. Poco después, un camión de la compañía eléctrica, que, por alguna razón, tenía la salida de su inmenso tubo de escape a un metro setenta del suelo, me echó to el humo a la cara; quizá ofreciéndose como secador.

Volvía yo pensando, irónicamente, en ese refrán de “a quien madruga, Dios le ayuda”, cuando un anciano canoso, sentado a la puerta de su casa, me saludó sonriente: “Bonjour” y me iluminó el día. Me acordé entonces de aquel otro viejo estribillo de mi infancia: “¿de qué color es la piel de Dios?”


viernes, 5 de noviembre de 2010

Tomas


El huracán Tomas parece que acaba de terminar su “visita” a Jacmel.

Para los que vivimos en lo que llaman una “casa dura” la preocupación no ha ido más allá de cerrar bien puertas y ventanas, no salir fuera y esperar a que todo termine.

Pero para los cientos de familias que llevan meses viviendo en tiendas de campañas, la noche ha debido de ser muy larga. Algunos de ellos fueron evacuados a los escasos refugios seguros disponibles; pero la mayoría ha debido, como indicaron las autoridades, “organizarse”, es decir, recurrir, una vez más, a la solidaridad de sus parientes, amigos y vecinos para tratar de pasar este trance “lo menos mal posible”.

Uno de los campos más grandes de Jacmel, el situado en el instituto Pinchinat, se informa que ha sufrido graves daños, pero que sus “inquilinos” habían sido previamente evacuados. Claro que ahora habrá que buscarles otro nuevo alojamiento, en esta historia de nunca acabar que parece la reconstrucción de Haití.

Sin embargo, cuando nos hemos acercado a comprobar cómo había afectado la tormenta a nuestro “vecinos” del campo de refugiados cercano, me ha sorprendido ver a los niños sonriendo y jugando.

Supongo que ese es el espíritu irreductible de los haitianos.


jueves, 4 de noviembre de 2010

Jacmel is different



Nuestros vecinos de la Cruz Roja canadiense se pasan el día lavando su docena de todoterrenos, cuando doscientos metros más abajo existe un campo de refugiados viviendo en tierras sin acceso a agua corriente.

En la tienda de móviles más chic de Jacmel, los empleados calculan los cambios a devolver de tu compra utilizando sus nuevas y flamantes Blackberry.

Los limpiabotas de la ciudad no te abrillantan los zapatos puestos; te ofrecen una sillita, te los quitas y te ofrecen unas chanclas mientras tanto.

Las alcantarillas de Jacmel no tienen tapas. Deben estar siendo utilizadas para otros menesteres. Lo cual, en una ciudad tan poco iluminada como ésta, añade “una cierta emoción” a los paseos nocturnos…

Compartir una sola mototaxi entre dos pasajeros, se considera normal y aceptable. Solo es necesario pagar el doble, claro. También se puede utilizar una mototaxi para llevar arrastrando carretillas o hierros de construcción que hacen saltar chispas de las sufridas calles de Jacmel.

Bien temprano de madrugada unas mujeres recorren las calles anunciado “pan caliente” a domicilio.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Con el Presidente de Haití


Hoy he asistido a una reunión en Jacmel convocada por el presidente de la república de Haití. Se convocaba a todas las organizaciones, nacionales e internacionales relacionadas con protección civil y prevención de riesgos y desastres.

El evento tenía lugar en el hotel más chic de la ciudad. Tan chic que el joven mototaxista al que le pedí que me llevara no lo conocía. Por cierto, el muchacho hablaba español porque había trabajado de jornalero en República Dominica. Se excusó conmigo porque había aprendido el idioma en el campo y “no hablaba fino”.

Al llegar al hotel era notoria, como es lógico, la presencia de fuerzas de seguridad. También, como es habitual, potentes todoterrenos abarrotaban el aparcamiento. Yo me bajé, lo más discretamente que pude, del ciclomotor que me traía.

Llevando como llevo apenas diez días en Jacmel, no conocía a nadie, ni nadie me conocía a mí. Lo que ocurre es que Egido, mi veterana compañera, está de viaje de trabajo en República Dominicana y me tocó a mí asistir a la reunión. Pero aquí no me ocurrió como ayer en el cementerio. Un europeo, aunque no vaya vestido de etiqueta, sino con un polo y zapatillas, siempre es bienvenido en estos actos, porque representa a “un financiador”, es decir, al dinero.

La reunión se anunciaba en la invitación como “a partir de las 10.30”, y eso ya me mosqueó un poco. Llegué a acostumbrarme al concepto de “hora boliviana”, que significaba que los bolivianos siempre vivían un meridiano más allá que los demás, y por eso acudían siempre una hora tarde… En Haití, la hora es un concepto más bien de “realismo fantástico”. El presidente y su numeroso séquito apareció a eso de las doce y nadie se extrañó y nadie se excusó tampoco.

A favor del presidente de la república debo decir que tuvo un detalle que no he visto muchas veces. Nada más entrar se dirigió a saludar y a estrechar la mano de todos y cada uno de los presentes, los conociera o no los conociera, como era, evidentemente, mi caso.

Al tenerlo a mi lado me pareció más bien un modesto jubilado, pequeño, pacífico, suave de formas, un puntito decrépito. Pero, como todo en Haití, creo que esa sensación mía era más bien engañosa. En cuanto cogió el micrófono se transfiguró en político. El objetivo de la reunión era poner de relieve la eficiencia y la coordinación de los servicios de protección civil haitianos, incluso teniendo en cuenta que, en la mayor parte de los casos, dependen del apoyo de los medios materiales puestos a su disposición por organismos internacionales y ONGs. Todo esto quedó bien recalcado de cara a la numerosa prensa asistente al acto. Mientras, los representantes internacionales callaron y un miembro de otra ONG me dirigió un discreto gesto de escepticismo.

Y es que no puede olvidarse que pese al cólera, pese a tantas tareas de reconstrucción aún sin comenzar en el país, Haití está inmerso en una larga campaña electoral que debería culminar en las elecciones del próximo 28 de noviembre.

Sea quien sea quien gane, espero que pueda, por fin, ofrecer un futuro mejor al pueblo haitiano.


lunes, 1 de noviembre de 2010

La Toussaint y los Guedés

Hoy se celebra en todo los países cristianos la fiesta de Todos los Santos.

Haití, oficialmente es un país católico, y, a pesar de haber renegado en muchos aspectos de su ex metrópoli colonial, Francia, heredó de ésta la tradición de celebrar “la Toussaint”.

Claro que todo en Haití es un poco peculiar. ¿En qué se nota que hoy es fiesta? Pues pudo resumirlo en que hoy la música, por todos lados, tiene mucho más ritmo, mucho más aire africano. Debe ser lo que llaman los "guedés", unas ceremonias con alguna apariencia cristiana, pero con un trasfondo bastante más cercano a la otra religión principal del país, el vudú.

Quería ver cómo se expresa todo eso y, con curiosidad, pero, sobre todo, con respeto, me he acercado al cementerio de Jacmel.

Desde fuera, (tiene una tapia muy bajita) no se veía mucho ambiente, pero en la puerta mismo había bastante gente.

He entrado intentando pasar desapercibido, pero, obviamente, no era fácil.

A unos pocos metros de la puerta había un grupo de gente reunida en torno a una de las sepulturas.

Habían colocado en el centro una rústica cruz de madera pintada de negro, con velas sobre ella.

Según he leído, es un típico signo de ceremonia vudú.

Enseguida tres o cuatro muchachos se me han acercado y me han dicho simplemente "NO", y he decidido irme de ahí, tranquilamente, sin decir nada.

La religiosidad de un pueblo suele encajar mal con la curiosidad de otros. Imagino que si un grupo de Hare Krishnas pretendiera colarse en el Rocío o en la procesión del Corpus de Toledo, en España tampoco serían bienvenidos...